miércoles, 15 de octubre de 2014

COETZEE



Es posible que el mayor de los secretos se le acabe de revelar. Existe un segundo mundo que corre paralelo al primero, insospechado. Uno avanza a trancas y barrancas por este último durante un cierto período de tiempo; luego llega el ángel de la muerte en la persona de Wayne Blight o de alguien como él. Durante un instante, durante un eón, el tiempo se detiene; uno se precipita por un agujero oscuro. Y luego, voilà!, emerge en un segundo mundo idéntico al primero, donde el tiempo se reanuda y la acción continúa –el vuelo por el aire como un gato, la multitud de curiosos, la ambulancia, el hospital, el doctor Hansen, etc.

Una conjetura descabellada. Podría estar equivocado. Es más que probable que esté equivocado. Pero tenga razón o no, sea verdad una ilusión o que con el espíritu lleno de vacilación llama “el otro lado”, el primer epíteto que le viene a la cabeza, tecleado letra a letra detrás de sus párpados por la máquina de escribir celestial, es “penoso”. Si morirse resulta no ser nada más que un truco que bien podría ser un juego de palabras, si la muerte es un mero tropiezo en el tiempo después del cual la vida continúa como antes, ¿a qué viene tanto escándalo? ¿Está permitido rechazarlo, rechazar esta ausencia de muerte, este destino penoso? “Quiero que me devuelvan mi antigua vida, la que llegó a su fin en Magill Road”.



En  octubre de 2003, se hace público que JOHN MAXWELL COETZEE, obtendrá el Premio Nobel




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