sábado, 6 de diciembre de 2014

LA RUEDA DE LA VIDA



Yo hablo de amor y compasión, pero la mayor enseñanza sobre el sentido de la vida la recibí en mi visita a un sitio donde se cometieron las peores atrocidades contra la humanidad.
Antes de marcharme de Polonia asistí a la ceremonia de inauguración de la escuela que habíamos construido. Desde allí viajé a Maidanek, uno de los infames laboratorios de muerte de Hitler. Algo me impulsó a ir a ver con mis propios ojos uno de esos campos de concentración, tenía la impresión de que verlo me serviría para entenderlo.
Ya conocía de oídas ese lugar. Allí fue donde mi amiga polaca perdió a su marido y a doce de sus trece hijos. Sí, sabía muy bien lo que era.
Pero verlo personalmente fue diferente.
Las puertas de entrada a ese enorme recinto estaban derribadas, pero aún quedaban escalofriantes restos de su ominoso pasado donde murieron más de 300.000 personas. Vi las alambradas de púa, las torres de vigilancia y las muchas hileras de barracas donde hombres, mujeres y niños pasaron sus últimos días y horas. También había varios vagones de ferrocarril. Me asomé a mirar; la visión era horrorosa. Algunos estaban llenos de cabellos de mujer, que habrían sido enviados a Alemania para convertirlos en ropa de invierno. En otros había gafas, joyas, anillos de boda y esas chucherías que la gente lleva por motivos sentimentales. En el último vagón que miré había ropas de niño, zapatitos de bebé y juguetes.
Bajé de allí estremecida. ¿Puede ser tan cruel la vida?
El hedor procedente de las cámaras de gas, el inequívoco olor de la muerte que impregnaba el aire, me proporcionó la respuesta.
Pero ¿por qué?
¿Cómo era posible eso?
Me resultaba inconcebible. Caminé por el recinto, llena de incredulidad. Me preguntaba:”¿Cómo es posible que los hombres y mujeres puedan hacerse esto entre ellos?”. Llegué a las barracas. “¿Cómo estas personas, sobre todo las madres e hijos, pudieron sobrevivir a las semanas y días anteriores a su muerte segura?”. Dentro de las barracas ví camastros de madera, casi pegados unos con otros en cinco hileras a lo largo de la barraca. En las paredes estaban grabados nombres, iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos? ¿Piedras? ¿Las uñas? Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez.
Mariposas.
Había dibujos de mariposas dondequiera que mirara. Algunos eran bastante toscos, otros más detallados. Me era imposible imaginarme mariposas en lugares tan horrorosos como Maidanek, Buchenwald o Dachau. Sin embargo, las barracas estaban llenas de mariposas. “¿Por qué? ¿Por qué mariposas?.
Seguro que debían de tener un significado especial, pero ¿cuál?. Durante los veinticinco años siguientes me hice esa pregunta y me odié por no encontrar una respuesta.
Salí de allí impresionada por el horror de ese lugar. No entendía entonces que esa visita era una preparación para el trabajo de mi vida. En esos momentos sólo me interesaba comprender cómo es posible que los seres humanos puedan actuar tan sanguinariamente contra otros seres humanos, sobre todo con niños inocentes.



2 comentarios:

  1. Ya sabes que me encanta este libro y esta mujer.
    Recuerdo que cuando lo estaba leyendo tenía que ir a hacerme curas diarias por una mala caída con la bici, la doctora me se ocupaba de mi brazo me vio el libro y estuvimos hablando un largo rato sobre la dra Kübler Ross y su importancia en la medicina.
    Desde que lo leí he recomendado este libro muchas veces, y lo seguiré haciendo ;)

    Abrazos caóticos!

    ResponderEliminar
  2. Hola Patri:
    Afortunadamente me encuentro entre la gente que has recomendado leer este libro. Y digo afortunadamente, porque de no ser así, difícilmente hubiera llegado a mis manos por iniciativa propia. Es extraordinario y de agradecer, que la propia Elisabeth, cuente su experiencia profesional y personal en este libro. Es de esos libros que ha medida que vas pasando páginas, te sabe mal que llegue el final.

    Abrazos ordenados.

    ResponderEliminar