«¡Feliz Navidad, tío; que Dios lo
guarde!», exclamó una alegre voz. Era la voz del sobrino de Scrooge, que
apareció ante él con tal rapidez que no tuvo tiempo a darse cuenta de que
venía.
«¡Bah! -dijo Scrooge-.
¡Tonterías!»
El sobrino de Scrooge estaba todo
acalorado por la rápida caminata bajo la niebla y la helada; tenía un rostro
agraciado y sonrosado; sus ojos chispeaban y su aliento volvió a condensarse
cuando dijo:
«¿Navidad una tontería, tío?
Seguro que no lo dices en serio.»
«Sí que lo digo. ¡Feliz Navidad!
¿Qué derecho tienes a ser feliz? ¿Qué motivos tienes para estar feliz? Eres
pobre de sobra.»
«Vamos, vamos»-respondió el
sobrino cordialmente-.«¿Qué derecho tienes a estar triste? ¿Qué
motivos tienes para sentirte desgraciado? Eres rico de sobra.
Scrooge no supo repentizar una
respuesta mejor y dijo otra vez: «¡Bah!» -y siguió con
«¡Tonterías!».
«No te enfades, tío», dijo el
sobrino.
«¿Cómo no me voy a enfadar»
-respondió el tío-, «si vivo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas!
¡Y dale con Felices Pascuas! ¿Qué son las Pascuas sino el momento de pagar
cuentas atrasadas sin tener dinero; el momento de darte cuenta de que eres un
año más viejo y ni una hora más rico; el momento de hacer el balance y comprobar
que cada una de las anotaciones de los libros te resulta desfavorable a lo
largo de los doce meses del año? Si de mí dependiera -dijo Scrooge con
indignación-, a todos esos idiotas que van por ahí con el Felices Navidades en
la boca habría que cocerlos en su propio pudding y enterrarlos con una estaca
de acebo clavada en el corazón. Eso es lo que habría que hacer».
«¡Tío!», imploró el sobrino.
«¡Celebraré!», repitió el sobrino
de Scrooge. «Pero si tú no celebras nada...»
«Entonces déjame en paz», dijo
Scrooge.
«¡Que te aprovechen! ¡Mucho te
han aprovechado!»
«Puede que haya muchas cosas buenas
de las que no he sacado provecho», replicó el sobrino, «entre ellas la Navidad.
Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad -aparte de la veneración debida a
su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar- siempre he
pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad;
el único momento que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres
parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y
para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y
no como seres de otra especie embarcados con otro destino. Y por tanto, tío,
aunque nunca ha puesto en mis bolsillos un gramo de oro ni de
plata, creo que sí me ha aprovechado y me seguirá aprovechando; por eso
digo:
¡bendita sea!»
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